
Lo que se pedía (también en 1990).
El que es demanava (també al 1990).
El diseño de la portada con que fue recopilada “El Ojo del Africano” - la aventura que mi hijo vivió en un lugar del interior de Valencia - dista mucho, como suele ocurrir, de la propuesta que desde la base lanzamos. Es cierto que es difícil controlar unas gráficas del este español desde Yakarta – lugar en que teníamos por aquellos días nuestra centro de operaciones – pero no lo es menos, que los responsables de las imprentas suelen ocultar delirios de artista entre sus entintadas manos. Aprovecho ahora para colocar las dos propuestas – como salió y como tuvo que salir –. Igual gusta más la que apareció impresa, pero como dijo Kipling, eso es otra historia.
“El Ojo del Africano” (Edición de 1990).
El disseny de la portada amb la que fou recopilada “El Ojo del Africano” –l’aventura que el meu fill visqué a un lloc del interior de València - dista molt, com sol passar, de la proposta que des de la base varem llançar. És cert que sembla difícil controlar unes gràfiques de l’est espanyol des de Yakarta – lloc on teníem per aquestos dies nostre centre d’operacions – però no ho és menys, que els responsables de les impremtes acostumen a amagar deliris d’artista entre les seves entintades mans.
Aprofito ara per a col·locar les dues propostes – com va sortir i com ho tingué que haver fet -.
“El Ojo del Africano” (edició de 1990).

Pues sí, tampoco mi padre supo estarse quieto en su azarosa vida. Así, durante los años que siguieron a la Gran Guerra, se dedicó a la navegación de cabotaje por las costas de las tres Guayanas. Esta historia, en concreto, le sucedió en Surinam, en el río Courantyne. Años después, Howard Hawks, aprovechó la historia para realizar su trilogía más famosa, la de los dos ríos – Bravo y Lobo - con Eldorado enmedio.
A principio del 88, uno de los muchachos halló, en una excavación en las cercanías de Odessa para la que estábamos realizando trabajos de logística, unos incunables cuanto menos peculiares. Preguntado el profesor Tymoshenko por su valor arqueológico, su respuesta fue que aquellas hojas no superaban los dos rublos en el devaluado mercado soviético del momento.