El cielo de Moscú / El cel de Moscú |
Superhéroes en el Kremlin / Superherois al Kremlin |
Aquí
mismo, al final de estas líneas, el inicio del relato de nuestras aventuras transiberianas.
También lo publicará esta gente los domingos, pero por cuestiones de espacio,
un número limitado de entregas.
- Preludio.
Suena el despertador. Despego un párpado. Las cuatro treinta. Una
noche corta. Demasiados eventos, inauguraciones, protagonismos… Todos, justo,
la víspera de la partida. Moscú aguarda, y en ella desde ayer mismo, debido a
mi obligado retraso, mis dos compañeros de viaje, esperan pacientes mi llegada.
Respiro hondo al tiempo que escucho respirar a mi lado en la cama.
Suspiro. Lo que daría por, en este mismo instante, suspender el viaje. Sin
ocuparme en lo invertido y si que mi – irrisorio – “prestigio de aventurero”
desapareciese por el sumidero del lavabo. Me ocurre. Justo antes de cada periplo.
Y aunque después lo disfrute y mucho, en el momento de la partida me encuentro,
cada vez, más perezoso. Hoy mucho más. Tantos días alejado de mi nido, tantos
kilómetros por recorrer, tantas cosas por descubrir... Me desperezo. Una voz
cercana me susurra "¿Ya?". “Si - respondo - sigue con tu sueño”. Un beso cálido y media
vuelta en la cama. Más por no mostrar lágrimas que por seguir con el sueño.
Me lavo y visto con rapidez. Asomo la nariz al dormitorio de mis
cachorros. Duermen plácidamente. Me acerco a ellos y los toco con suavidad. Se
revuelven en sus camas. Tal vez abren un ojo, pero siguen en los brazos de
Morfeo. Salgo. Cuelgo la gran mochila en mi espalda y tomo la de menor tamaño en
mis manos. Reviso la bolsa que contiene el pasaporte, recuerdo algo. Por
suerte. Busco y tomo el sobre que contiene los dos mil dólares y unos cientos
de euros del grupo. Tras bajar mi pantalón, lo precinto alrededor de mi pierna
derecha. Excesiva precaución derivada de las charlas y lecturas varias de los
últimos días. ¿Por qué todo el mundo te cuenta las situaciones terribles que
han vivido conocidos de conocidos suyos en los países que nos disponemos a
recorrer?
Lo tengo todo. Lanzo una postrera ojeada a la casa. Serán
veintitrés días de viaje. De un mítico viaje que desde la infancia me ha
fascinado; el Transiberiano. No el de Vladivostok, sino la versión que llega
hasta Pekín atravesando Mongolia y que, técnicamente, se conoce como
Transmongoliano. Veintitrés días en los que viajaremos en tren desde Moscú
hasta la capital china y en los que aprovecharemos para ver algunas de las
ciudades en las que el tren se detendrá. Además de realizar un recorrido por
diversas zonas de la Mongolia mas salvaje. ¡Uff!
Salgo. A la puerta de casa ya espera David. David es nuestra gran
ausencia. Y a pesar de que lo ha intentado, no ha podido combinar su trabajo y
desaparecer del mundo desde mitad de junio hasta mitad de julio. Aun así, se
ofreció al instante para llevarme al aeropuerto de l'Altet donde iniciaré la
ruta. “Vamos a llorar en el aeropuerto” le advertí. “Ya lo sé. Y me da igual”. Así
que, paradójicamente, a pesar de su ausencia inicio el viaje junto a él. El
trayecto hasta el aeropuerto es rápido y pasamos el tiempo despellejando
políticos locales de manera verbal. No hay muchos comentarios acerca del viaje
y tan solo, cuando estamos a punto de llegar, la curiosidad puede más que su
frustración por no ser parte del equipo. "¿Donde habéis quedado en Moscú?" es su pregunta. Una pregunta que ya la víspera me lanzaba mucha
gente. "En una esquina de la Plaza Roja". Sonríe, como todos, pero no
lo acaba de creer.
Facturo la mochila hasta Madrid. Un rápido café en el aeropuerto.
Un fuerte abrazo. Lágrimas contenidas y, sin mirar atrás, enfilo hacia la
puerta de embarque. Sigo pensando que es una pena que no esté. Creía en el
cuarteto indisoluble y a las primeras de cambio...
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