Calles de Moscú / Carrers de Moscou |
Avenida Tverskaya / Avinguda Tverskaya |
Nueva entrega del viaje.
2. Encadenando vuelos.
Embarco. Un pequeño bimotor
de Iberia operado por Vueling. La mayor parte del pasaje a esas horas, son
ejecutivos en viaje de trabajo. Los miro divertido; "Si supierais la que
voy a liar sin ser de Al-Qaeda" pienso. Pronto, volamos. Un vuelo
tranquilo y rápido. En el aeropuerto me manejo bien, a pesar de la fama que
cargo desde la fatídica noche que, en Marrakech, arrastre a mis compañeros, de
forma involuntaria, a conocer el lumpen de la ciudad. Recojo la mochila y me dirijo
al mostrador de facturación a Moscú. La cola es desmesurada y lo tomo con
paciencia. Delante de mí, un tipo, vestido por completo de negro y con una
gorra del mismo color calada hasta las cejas, se muestra, junto a una montaña
de maletas, muy inquieto. Va y viene hasta el mostrador en distintas ocasiones.
Yen cada una de ellas me mira como pensando que he metido mano en su equipaje. A
priori parece alguien versado en esto de los viajes. Un tipo duro incluso, con
sus cabellos plateados asomando desordenadamente por debajo de la gorra. Me
pregunto si será un ruso, miembro de alguna mafia fabulo… Hasta que su calzado
le delata. Zapatillas a cuadros sin cordones de cierto estilo vintage. “Descubierto”,
parece que se vuelve locuaz. No es ruso como me temía, sino catalán. Por su
procedencia tan solo - Barcelona según me dice - pues su acento le delata como
de la cornisa cantábrica. Me pregunta mi destino, “Moscú”, le digo. Pregunto
por el suyo. “Tokio” responde. Va a ver a su mujer japonesa. Parpadeo. Comienza
a interesarme la historia. No acabo de ver yo a este tipo seduciendo a una
japonesa hasta el punto de llevarla a pasar por el altar o cualquiera que sea
la ceremonia con la que certificaron su relación. A pesar de mis intentos, la
charla se prolonga con vaguedades acerca de la crisis y los políticos. Parece
el tema estrella de la mañana. Llegamos a los mostradores de facturación. Mi
mochila ya esta de camino a Rusia mientras mi compañero de cola sigue
enfrascado en una kafkiana discusión con la responsable de la compañía.
Abandono el lugar con la convicción de que no va a quedar inconcluso su relato.
Tres horas por delante en
Barajas y ya sé que no me voy a aburrir. Me llega el primer mensaje de mis
compañeros. Se preocupan por mi situación y me citan en la misma estación a la
que llega el tren desde el aeropuerto en lugar del hostel en que estamos
alojados. Les doy el ok. Pico algo junto a una mujer ausente de aire
sofisticado. Voy hasta la puerta de embarque. Ya esperan muchos de los
pasajeros. Paso el tiempo entre lecturas y esbozos rápidos a pincel en el
cuaderno de viaje que me he construido. Entonces aparece mi compañero de cola. Sigue
en forma. Comienzo a indagar sobre su historia. Según me cuenta mis ojos van
tomando el tamaño de dos hula-hops para hipopótamo. Encontró a la japonesa de
viaje por Gijón. Un amor a primera vista. Alucino. Se casaron – no pregunto el
rito – y él marchó a vivir con ella a Tokio. Pero claro, no es millonario. Por
eso vuelve de vez en cuando. Sabe cuatro palabras en japonés pero la mayor
parte de la comunicación la tienen en un inglés que ninguno de los dos domina.
Él pasa temporadas de varios meses en Barcelona – por lo del trabajo - y
después pasa otros tantos meses allá con ella. Según avanza en su relato, y
viendo como es, cada vez alucino más con la historia de este hombre, no muy
seguro de si mismo, que es capaz de atravesar medio mundo varias veces al año
para mantener una extraña vida conyugal. Ah, el amor… Al mismo tiempo que
charlo con él, dos peculiares andaluces están montando un show en medio del
pasillo del aeropuerto. Uno de aspecto simiesco, no muy alto y cargado de
cadenas y escapularios. El otro, altísimo y muy delgado, con el cabello largo y
ensortijado y una ceñida camiseta del centenario del Betis. Y después me
pregunto el porqué de ciertos tópicos de los españoles por el mundo. Llega la
hora del embarque y ambos quedamos en seguir la conversación a bordo.
Tengo ventanilla en el avión
y a mi lado se sientan Diego y Lucas dos treintañeros de aspecto neohippie. El
que está junto a mí, deja una gruesa guía de China en la red que tiene en la
trasera del asiento delantero. Eso me anima a preguntarle a donde se encaminan.
Van a Hong Kong para después recorrer buena parte del centro de China y
adentrarse en el Tíbet. Les narro nuestra aventura y comenzamos una afable
charla. Tras intercambiar experiencias cada uno se sumerge en la lectura y el
viaje pasa de forma rápida. De vez en cuando observo la gorra de mí compañero
de cola, su quietud me indica que debe hallarse en plena siesta – no sé si
hispana o japonesa -.
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