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miércoles, 11 de enero de 2012

Cuento catarsis


En lucha con mis fantasmas internos, aparece esto.
  
En lluita amb els meus fantasmes interns, apareix açò.

Fermín escribe
Fermín escribe. Desde casi siempre. Tal vez desde que aquel día, con los otros niños, descubrió que solo alterando su orden, el significado de las palabras varía. Tal vez, solo, insisto. Y con ese juego como coartada, Fermín escribe.
Más tarde llega ella, que siempre ríe, que poco le importa si Fermín escribe o no. Le importa Fermín. Sin dudar. Obvia fama o gloria, solo quiere que Fermín ahí esté. A su lado. Y Fermín escribe mientras todo fluye.
A lo largo de una vida, no es extraño, asoman premios. A cuentos, sin más. Suficiente. Esbozos de sonrisa afloran ante el orden aplicado a sus palabras. Cantos de sirena, vidas enlazadas al papel, sueños embutidos en lápices de colores… Nada suficiente para que se convierta en su fin. Pero ¿quién dice que importe? Fermín escribe, Sin más. Cada vez mejor, dicen quienes le leen. Aunque son pocos. Casi privilegiados. Les cuesta, a las palabras, dejar el encierro a que las tiene sometidas. Así que, además de escribir, Fermín trabaja. Porque tiene niños, que poco saben de los escritos de Fermín y mucho de las cosas que interesan a los niños de hoy. Indiferente, Fermín no ceja, y entre sopa y tajo, escribe. Y aunque le gusta, poco a poco, descubre que solo escribiendo no se es del todo feliz. ¿Lo sospechaba, dice? Pues claro, solo que ahí quedaba la sospecha, en el limbo de los justos, con Fermín en su idea. Pero sin nadie que te lea, escribir es menos placentero. Porque escribir, como hacer el amor, es un acto generoso, compartido. Así que Fermín se decide. Solo que no sabe como.
Una luz aparece. El gran escaparate. El valhalla desde donde todos podrán leer a Fermín. Si resulta elegido, claro. Él lo cree. ¿Por qué no, si todos, esos pocos, se lo han deslizado en secreto? Así que se esmera, escribe, desde dentro, desde su fuero más íntimo. Se desnuda, y hace volar lo escrito seguro de que es su momento. Y espera. Paciente.
Caen los días. La lluvia llega. Y un día no está en la calle sino en el rostro de ella. Y Fermín pregunta. Y ofrece su hombro a las lágrimas. Y sabe que es irremediable. Así lo cuentan, solemnes, los doctores. Y, ya ves, todo se desvanece ante la noticia. Todo pierde su lugar en el mundo. Y Fermín piensa en qué daría para remontar en el tiempo. Para borrar el dolor. Para volver a la luz ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué…? Nada es suficiente, claro. Ni lo más deseado. Ni lo siempre soñado. Nada. Y la sombra cubre la casa en la que Fermín escribe. Y la noche la sobrevuela. Y ella ya no ríe. Y sus cachorros, perplejos, sobrecogidos, olvidan esas cosas de chicos. Fermín, en cambio y con todo, no puede evitarlo, y escribe.
Es de noche, la prensa digital trae la noticia. El escaparate tiene dueño. Un grande, un lírico, amado por el público, elogiado por la crítica… no es él. Nada que objetar, claro, solo que Fermín se hunde. De la luz a las tinieblas, del blanco al negro. Solo un poco, pero pasa. No sabe expresarse. Nunca podrá completar el ciclo. Las palabras, los elogios, los parabienes los provoca él, no sus textos, se convence. Mil tormentas se desatan, no duerme, se revuelve, se decide. No hay vuelta atrás.
Amanece. Fermín abre su ojo. Mal cuerpo. Busca su escritorio. Enciende un cigarrillo. Abre la ventana. Vuelan hojas, lápices, inspiración… Nunca más, ¿para qué? se pregunta.

Una llamada. Justo esa mañana. “Se han arrepentido” piensa mitad divertido, mitad cruel consigo mismo. Un cascabel al otro lado de la línea. Es ella. Nuevas pruebas. Sorprendentes. Nada de lo diagnosticado. Increíble. El corazón de Fermín sonríe. Él suspira aliviado. No puede creerlo. Tampoco ella. Ni los doctores. Un milagro. Tal vez. Besos, parabienes, felicidad de nuevo. Cuelga. Su interior se revuelve. Conoce la sensación. Y espiando al sol por una rendija de la ventana, Fermín escribe.
Página de “La Era de Acuario” (2011).


Pàgina de “La Era de Acuario” (2011).

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