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jueves, 2 de mayo de 2013

Mil dioses, cien pueblos, una sola tierra (XII)




      JAIPUR-UDAIPUR
Noche tenebrosa

La oscuridad cubre Jaipur. Los hornillos iluminan de forma tenebrosa los andenes. Alrededor de ellos, y de la comida que en cada uno se cocina, se agolpan familias enteras en busca de muy poco que llevarse a la boca. Ciertamente no sabemos si son gente a la espera de un tren o viven realmente en esos andenes. Cansados de la sala VIP y sus escasos encantos, decidimos salir en busca del punto de embarque. No hay indicaciones de ningún tipo. Preguntamos. Nos mandan de forma consecutiva en direcciones opuestas. Al fin alguien parece entendernos y nos orienta de forma adecuada. Debemos desplazarnos hacia una zona algo alejada y casi libre de edificios. Dubitativos nos dirigimos hacia allá. Justo antes de cruzar las vías por un punto concreto, un tren se detiene. Es un mercancías. O al menos eso nos parece hasta que unos empleados de la compañía descorren las pesadas puertas de madera que cierran los vagones. Una nube de gente sale de su interior. La vestimenta de todos ellos es blanca o al menos eso parece con la escasa iluminación con la que contamos. La fantasmagórica imagen se acrecienta según se acercan. Pero también el hedor. Es terrible. Un escalofrío recorre mi espalda. Aquello que presenciamos, una escena cotidiana de la vida de Jaipur, se me presenta como la más cercana imagen del descenso de los judíos en dirección al Holocausto. Ciertamente estamos impresionados. Resignadas, estas gentes, regresan del trabajo a casa, agotados, sudorosos y tras haber vivido un viaje para nada cómodo ni saludable. Y por lo que parece, esto mismo, un día tras otro.

Retomamos nuestra marcha y pronto estamos en el lugar indicado. Un par de tristes farolas trazan una tenue luz que ilumina el entorno. Decenas de indios esperan pacientes la llegada del convoy. Depositamos los equipajes entre los tres y lo rodeamos. Reímos y charlamos un poco de todo con el fin de aliviar una espera que ya se nos está haciendo eterna. Una voz en español con marcado acento nos espeta “Vayan con cuidado con sus maletas”. Nos volvemos. Son una pareja de mochileros de edad similar a la nuestra. Nos comentan que hay tipos poco recomendable cerca y hacen un disimulado gesto en dirección a donde estos se encuentran. “¿Españoles?” preguntan. Sí, respondemos. Todo ello desde cierta distancia. “Italianos” nos devuelven. “Europa” es el grito común acompañado de risas. Todos nos miran indiferentes. Se acercan un poco más hacia donde estamos y, ya juntos, entablamos conversación. Van a Udaipur, como nosotros, pero su viaje será en tercera. Visto lo visto, no hay excesivo jolgorio en sus rostros.

El tren sigue sin llegar y el retraso comienza a ser considerable. Poco a poco nos vamos acostumbrando a la escasa luz y, con ello, nos damos cuenta de que en el suelo, muy cerca de donde estamos situados, hay un enjuto anciano absolutamente inmóvil. Preguntamos a los italianos. Lo han descubierto al mismo tiempo que nosotros. Miramos a su alrededor. El resto de los presentes lo ignoran. Nos interrogamos acerca de su estado de salud. Realmente parece muerto. La curiosidad puede mucho más que todo lo que el entorno nos ofrece y D. da un paso en su dirección. Como un lagarto hibernado, el nuevo movimiento lo reactiva. No sabemos si eso o el silbato que anuncia la llegada del tren. Afortunadamente no está muerto. Por ahora. Nos despedimos de la pareja italiana deseándoles la mejor noche posible. Le ofrecemos incluso a la mujer la posibilidad de dormir ella en nuestra camareta y uno de nosotros hacerlo en el vagón de tercera. Muy agradecidos lo rechazan. Los vemos subir a su vagón rodeados de indios de toda calaña. Aliviados, nos encaminamos al nuestro. La camareta es austera pero, al menos, no está muy sucia. Ofrezco a P. acompañarla al baño pero ya ha decidido aguantar hasta el hotel de Jaipur. Las circunstancias comienzan a hacer mella en su moral y solo quiere que el viaje acabe y regresar a casa. Nos ubicamos y nos repartimos las camas a la espera de ver quién será el cuarto componente que complete el cupo. Con el fin de animar a P. y, ¿por qué no decirlo?, a nosotros mismos, D. y yo comenzamos a jugar con una navaja que porta este. A pesar de las risas, nuestro talante es bastante amenazador. En una de estas, un indio asoma su nariz por la puerta. Nos mira, deja un par de calcetines negros en la cama libre y sale. Reímos alborotados. En nada aparece con el revisor. Éste mira el interior de la camareta y asiente con la cabeza. Rápidamente el otro recoge el par de calcetines y ambos salen cerrando la puerta. Está claro que hemos conseguido asustarle. Las risas consiguientes, aún hoy retruenan en la estación de Jaipur. Cerramos el pestillo. Nos sentimos seguros. Pensamos en los italianos. Pobres. De inmediato el tren se pone en marcha. Nos acomodamos. P. se acuesta enseguida. Está muy cansada. D. y yo quedamos de charla. Alguien llama a la puerta. El de los calcetines se ha arrepentido. No. Es el revisor. Pero antes no había hablado y ahora sí. Su aspecto y su voz son los de un Jerry Lewis tiznado. Casi no podemos aguantar la risa mientras le mostramos los billetes. Sin dejar de charlar los marca, después se despide y desaparece. Nueva tanda de risas. Finalmente también D. y yo nos acostamos. No tardo en dormirme y algo similar le sucede a D.

La luz exterior me despierta. El tren se ha detenido. No sabemos el problema pero hay muchos pasajeros junto al tren. P. me pregunta. Le cuento lo que sucede. Al menos lo que veo desde el ventanuco. D. se revuelve entre las sábanas. P. lo arropa éste musita un “Gracias mamá” que la hace sonreír. Abro la puerta de la camareta con la intención de descender del tren y ver que sucede. Un tipo se me acerca impidiéndome salir. Me habla en un inglés casi ininteligible. Niego con la cabeza. Me da que quiere venderme algo. Insiste. Vuelvo a negar. Se marcha. Un pesado menos. Regresa. Vuelve a insistir mostrándome unas mantas que lleva en la mano. Vuelvo a negar. No compro nada. Hago un gesto para que se marche. Es muy pesado. Empieza a irritarme. Llama al revisor. Magnífico. Aclararemos las posturas. En nada está allí Jerry Lewis. El otro le habla. Éste asiente. Al finalizar la perorata se dirige a mí. Niego con la cabeza. Con toda la que hemos armado, D. ha despertado y está a mi lado. Tampoco entiende lo que nos dicen. Él, que domina el inglés, me comenta que esta gente habla fatal. Finalmente es D. la que nos da la clave. “¿No querrá mantas y sábanas?”. Nos miramos, se las mostramos y su rostro es de agradecimiento eterno.

El tren se ha puesto de nuevo en marcha. En nada estamos en nuestro destino. Descendemos del tren. En la distancia vemos a los italianos. “Una noche infernal” nos gritan, pero están vivos y sonrientes. Mejor que mejor. Desde la distancia les saludamos y rápidamente estamos montados en un rickshaw. Udaipur nos recibe nublada, pero en nada, una maravillosa mantequilla en el comedor del hotel nos hace olvidar todo lo vivido. Eso, y que P. pueda usar el baño después de casi veinte horas sin hacerlo.

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