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El mercado del Transiberiano / El mercat del Transsiberià |
Transiberiano I
Tras otra noche en tren y
los encantos de Ekaterimburgo, nos disponemos a afrontar el trayecto más largo
de nuestro viaje. Pasaremos cincuenta y cinco horas a bordo.
La “Provodnitsa”, aún más
joven que las anteriores, se muestra igualmente fría. No debe entrarles en el
manual de acogida lo del encanto. Revisa los pasaportes y nos ordena subir a
bordo sin la menor contemplación. Embarcamos cargados hasta los topes. A
nuestras voluminosas mochilas, hemos unido las provisiones compradas para
afrontar el largo viaje. Circulamos por el pasillo del vagón de segunda. Es más
ancho que los ocupados hasta ahora en tercera. Aquí, en el lado de las literas
nicho, hay ventanas. Llegamos al camarote. Nuestra casa. Abro la puerta pues
voy en cabeza. En el pasillo, un hombre de elegante vestimenta, pegado a una
cámara de enorme objetivo, me saluda con una leve inclinación de cabeza.
“Italiennes?” me pregunta. “Espagnoles” respondo. Me hace la broma de que ha
sido un grave error confundir nuestra nacionalidad. Él es francés. Sonrío. De
haber sido italianos la broma hubiese sido la contraria pero no me molesta en
absoluto. Entramos en el camarote de cuatro y ocupamos nuestras tres literas.
Nos ponemos cómodos y entre risas hablamos sobre la sorpresa que supondrá el
cuarto ocupante. El tren se pone en marcha sin que nadie más haya subido a
bordo. Preparamos la cena y distribuimos provisiones y mochilas por el espacio
libre. Tras una distendida charla de ningún tema en particular, nos acostamos. Eso
sí, sin demasiada prisa. Por una vez, al día siguiente, no hay porque madrugar.
Deben ser las tres o las
cuatro de la madrugada cuando en tren hace una de sus innumerables paradas
facultativas. Por lo general, estando dormidos, pasan desapercibidas. No es el
caso. La puerta de nuestra camareta se abre y la “Provodnitsa”, acompañada por
un fibroso ruso de mediana edad, aparece en ella. Stas, ese es su nombre, se
muestra muy locuaz – imagino lo que será entrar en un espacio como aquel donde
ya hay alojados tres malcarados tipos de otro país –. En su idioma bromea con
nosotros, nos pregunta por el fútbol y al ver que entramos al juego, saca una
bufanda de colores que se lleva en repetidas ocasiones a la altura del pecho,
acompañando el gesto con gritos de “Spartak, Spartak”. En un pis pas prepara su
cama y ya está en calzoncillos bajo las sábanas. Apagamos de nuevo la luz y
seguimos con nuestro sueño.
Es de día. Mientras tomamos
un frugal desayuno de fruta, zumos y galletas, Stas aparece con un bol de
fideos prefabricados, lleno del agua caliente que ha conseguido del samovar
común del vagón. Acompaña todo ello con una cerveza. De grandes dimensiones.
Como podemos, nos enteramos de parte de su epopeya. Es de Tomks, la ciudad en
la que hemos hecho una de las paradas nocturnas, y se dirige a Irkutsk. Para un
partido de fútbol. Se esfuerza en ser simpático y en compartir sus cosas con
nosotros. Le rechazamos un trago de cerveza y bromea con un “Pibo, Vodka,
Aspirin” que nos parece diáfano. Poco después otro ruso aparece en la puerta de
nuestra camareta. Este es más joven y mucho más fornido. Habla con Stas que,
por sus gestos, le está contando sobre nosotros. Pronto Alexei comparte también
espacio con nosotros. Con su ligero inglés y la expresividad de Stas,
comenzamos a saber cosas los unos de los otros. Se les nota emocionados de
compartir viaje con tres extranjeros. Averiguamos que van al fútbol, sí, pero a
jugar. Son de un equipo de Tomks, equivalente a la regional de aquí, y para
disputar su encuentro harán, entre la ida y la vuelta, cuatro días de tren.
Tienen dos compartimentos de cuatro plazas ocupados y los otros dos – ellos
mismos – han tenido que acomodarse en las plazas libres de otras dos camaretas.
No hay preguntas acerca de si van a jugar con diez. La conversación se vuelve
muy divertida por las diversas cuestiones que van surgiendo. En un momento dado
aparece el tema de la familia. Después de relatar cada uno su situación, llega
el turno de Alexei. Por lo que entendemos tiene un hijo, pero nada más.
Insistimos acerca de padres o hermanos. Paulatinamente, las lágrimas asoman en
sus ojos. Decidimos dejarlo aunque Stas no parece afectado lo más mínimo. Hasta
en tres ocasiones vuelve a salir el tema de forma espontánea, y en las tres, la
reacción del ruso es la misma. En un momento dado, Dani saca un purito de los
que trae desde España. Se levanta para ir a fumar en el espacio entre vagones y
junto a él marcha Stas que parece querer probar el tabaco hispano. Nosotros
seguimos la conversación con Alexei. Nos pregunta sobre música, cine, actores…
Tiene mucha curiosidad por todo lo de nuestro país. Pregunta, como no, por las
mujeres. Le respondemos que son bellas, como allí. Sonríe. Una sonrisa que
muestra la falta de alguna pieza dental y coincide con el regreso de Dani.
Preguntamos por Stas. Al parecer se ha fumado el purito a velocidad de vértigo y
sigue de charla con su esposa, emocionado con su hallazgo. “Daniel, George,
Pavel” repite sin descanso. Alexei se marcha a buscarle. Bromeamos con que no
ha resistido al Vega Fina.
Las horas corren al ritmo
del tren. Entre lecturas, paseos a través del convoy, fotografías y paradas de
diversa duración, el tiempo pasa volando. Un increíble movimiento comercial se
produce alrededor del tren en dichas paradas. Los lugareños, en buen número, se
agolpan en los andenes con todo tipo de productos; bebidas frías o calientes,
latas de conservas, dulces y guisos caseros, verduras, frutas… Un mercado
improvisado se monta alrededor de cada llegada del Transiberiano y, en pocos
minutos, las transacciones comerciales son numerosas. Forma parte de la
economía de estas áridas regiones. En una de ellas, mientras tomo apuntes del
natural, se me acerca una jovencita del tren. Me habla en inglés. Me defiendo
como puedo. Averigua que soy español y una sonrisa ilumina su rostro. Se llama
Olga, es de San Petesburgo y está en el tren como guía de un variopinto grupo
de ocho personas de orígenes bien dispares. Le gustaría aprender español para
aumentar sus posibilidades de trabajo. “Lo hablas mucho mejor que yo el ruso”
le comento bromeando. Sonríe de nuevo. Es agradable. Charlamos hasta que la
gente a su cargo comienza a acercarse. Una norteamericana no muy agraciada y
bastante antipática, un viejo sudafricano contento porque ganásemos el Mundial en
su país, una pareja de atrevidos jubilados ingleses, dos chicas jovencísimas
también del mismo país… me pierdo en el recuento. También se acerca Dani. Les
presento. La conversación vira al inglés y quedo de oyente. Pero la “Provodnitsa”
da la orden de regresar a bordo y quedamos en seguir con la charla más tarde.
De nuevo en el vagón
seguimos con el plan anterior salpicado de pequeñas siestas. En un momento
dado, pensamos en qué puede haberles sucedido a Stas y Alexei. Hace horas que
no los vemos. Justo en la delirante sucesión de teorías conspiratorias que
creamos, ambos reaparecen. La noche apunta que será movida.