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lunes, 31 de octubre de 2011

De la Plaza Roja a Tian'anmen (VIII)

Verdulera / Verdulaire

La prensa del día / La premsa del dia

El mercado del Transiberiano / El mercat del Transsiberià


Transiberiano I

Tras otra noche en tren y los encantos de Ekaterimburgo, nos disponemos a afrontar el trayecto más largo de nuestro viaje. Pasaremos cincuenta y cinco horas a bordo.
La “Provodnitsa”, aún más joven que las anteriores, se muestra igualmente fría. No debe entrarles en el manual de acogida lo del encanto. Revisa los pasaportes y nos ordena subir a bordo sin la menor contemplación. Embarcamos cargados hasta los topes. A nuestras voluminosas mochilas, hemos unido las provisiones compradas para afrontar el largo viaje. Circulamos por el pasillo del vagón de segunda. Es más ancho que los ocupados hasta ahora en tercera. Aquí, en el lado de las literas nicho, hay ventanas. Llegamos al camarote. Nuestra casa. Abro la puerta pues voy en cabeza. En el pasillo, un hombre de elegante vestimenta, pegado a una cámara de enorme objetivo, me saluda con una leve inclinación de cabeza. “Italiennes?” me pregunta. “Espagnoles” respondo. Me hace la broma de que ha sido un grave error confundir nuestra nacionalidad. Él es francés. Sonrío. De haber sido italianos la broma hubiese sido la contraria pero no me molesta en absoluto. Entramos en el camarote de cuatro y ocupamos nuestras tres literas. Nos ponemos cómodos y entre risas hablamos sobre la sorpresa que supondrá el cuarto ocupante. El tren se pone en marcha sin que nadie más haya subido a bordo. Preparamos la cena y distribuimos provisiones y mochilas por el espacio libre. Tras una distendida charla de ningún tema en particular, nos acostamos. Eso sí, sin demasiada prisa. Por una vez, al día siguiente, no hay porque madrugar.
Deben ser las tres o las cuatro de la madrugada cuando en tren hace una de sus innumerables paradas facultativas. Por lo general, estando dormidos, pasan desapercibidas. No es el caso. La puerta de nuestra camareta se abre y la “Provodnitsa”, acompañada por un fibroso ruso de mediana edad, aparece en ella. Stas, ese es su nombre, se muestra muy locuaz – imagino lo que será entrar en un espacio como aquel donde ya hay alojados tres malcarados tipos de otro país –. En su idioma bromea con nosotros, nos pregunta por el fútbol y al ver que entramos al juego, saca una bufanda de colores que se lleva en repetidas ocasiones a la altura del pecho, acompañando el gesto con gritos de “Spartak, Spartak”. En un pis pas prepara su cama y ya está en calzoncillos bajo las sábanas. Apagamos de nuevo la luz y seguimos con nuestro sueño.
Es de día. Mientras tomamos un frugal desayuno de fruta, zumos y galletas, Stas aparece con un bol de fideos prefabricados, lleno del agua caliente que ha conseguido del samovar común del vagón. Acompaña todo ello con una cerveza. De grandes dimensiones. Como podemos, nos enteramos de parte de su epopeya. Es de Tomks, la ciudad en la que hemos hecho una de las paradas nocturnas, y se dirige a Irkutsk. Para un partido de fútbol. Se esfuerza en ser simpático y en compartir sus cosas con nosotros. Le rechazamos un trago de cerveza y bromea con un “Pibo, Vodka, Aspirin” que nos parece diáfano. Poco después otro ruso aparece en la puerta de nuestra camareta. Este es más joven y mucho más fornido. Habla con Stas que, por sus gestos, le está contando sobre nosotros. Pronto Alexei comparte también espacio con nosotros. Con su ligero inglés y la expresividad de Stas, comenzamos a saber cosas los unos de los otros. Se les nota emocionados de compartir viaje con tres extranjeros. Averiguamos que van al fútbol, sí, pero a jugar. Son de un equipo de Tomks, equivalente a la regional de aquí, y para disputar su encuentro harán, entre la ida y la vuelta, cuatro días de tren. Tienen dos compartimentos de cuatro plazas ocupados y los otros dos – ellos mismos – han tenido que acomodarse en las plazas libres de otras dos camaretas. No hay preguntas acerca de si van a jugar con diez. La conversación se vuelve muy divertida por las diversas cuestiones que van surgiendo. En un momento dado aparece el tema de la familia. Después de relatar cada uno su situación, llega el turno de Alexei. Por lo que entendemos tiene un hijo, pero nada más. Insistimos acerca de padres o hermanos. Paulatinamente, las lágrimas asoman en sus ojos. Decidimos dejarlo aunque Stas no parece afectado lo más mínimo. Hasta en tres ocasiones vuelve a salir el tema de forma espontánea, y en las tres, la reacción del ruso es la misma. En un momento dado, Dani saca un purito de los que trae desde España. Se levanta para ir a fumar en el espacio entre vagones y junto a él marcha Stas que parece querer probar el tabaco hispano. Nosotros seguimos la conversación con Alexei. Nos pregunta sobre música, cine, actores… Tiene mucha curiosidad por todo lo de nuestro país. Pregunta, como no, por las mujeres. Le respondemos que son bellas, como allí. Sonríe. Una sonrisa que muestra la falta de alguna pieza dental y coincide con el regreso de Dani. Preguntamos por Stas. Al parecer se ha fumado el purito a velocidad de vértigo y sigue de charla con su esposa, emocionado con su hallazgo. “Daniel, George, Pavel” repite sin descanso. Alexei se marcha a buscarle. Bromeamos con que no ha resistido al Vega Fina.
Las horas corren al ritmo del tren. Entre lecturas, paseos a través del convoy, fotografías y paradas de diversa duración, el tiempo pasa volando. Un increíble movimiento comercial se produce alrededor del tren en dichas paradas. Los lugareños, en buen número, se agolpan en los andenes con todo tipo de productos; bebidas frías o calientes, latas de conservas, dulces y guisos caseros, verduras, frutas… Un mercado improvisado se monta alrededor de cada llegada del Transiberiano y, en pocos minutos, las transacciones comerciales son numerosas. Forma parte de la economía de estas áridas regiones. En una de ellas, mientras tomo apuntes del natural, se me acerca una jovencita del tren. Me habla en inglés. Me defiendo como puedo. Averigua que soy español y una sonrisa ilumina su rostro. Se llama Olga, es de San Petesburgo y está en el tren como guía de un variopinto grupo de ocho personas de orígenes bien dispares. Le gustaría aprender español para aumentar sus posibilidades de trabajo. “Lo hablas mucho mejor que yo el ruso” le comento bromeando. Sonríe de nuevo. Es agradable. Charlamos hasta que la gente a su cargo comienza a acercarse. Una norteamericana no muy agraciada y bastante antipática, un viejo sudafricano contento porque ganásemos el Mundial en su país, una pareja de atrevidos jubilados ingleses, dos chicas jovencísimas también del mismo país… me pierdo en el recuento. También se acerca Dani. Les presento. La conversación vira al inglés y quedo de oyente. Pero la “Provodnitsa” da la orden de regresar a bordo y quedamos en seguir con la charla más tarde.
De nuevo en el vagón seguimos con el plan anterior salpicado de pequeñas siestas. En un momento dado, pensamos en qué puede haberles sucedido a Stas y Alexei. Hace horas que no los vemos. Justo en la delirante sucesión de teorías conspiratorias que creamos, ambos reaparecen. La noche apunta que será movida.

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