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miércoles, 7 de diciembre de 2011

De la Plaza Roja a Tian'anmen (XVI)


¿Nómadas a Mongolia o a New Mexico? / Nòmades a Mongolia o a New Mexico?

Gers al pie de la montañas / Gers als peus de les muntanyes

Gengis Khan

De timadores y otras hierbas mongolas (I).

La última noche en Dalanzadgad es delirante. Tras tres jornadas en el Gobi esperamos dormir en algún sitio donde al menos haya una ducha, por asquerosa que esta sea. Ni por esas. La negociación entre Steve y los encargados de los hostales es árida y realmente no sabemos porqué. Tras pasar media tarde visitando campamentos de gers para turistas, hoteles, hostales, y cualquier otra posibilidad  de alojamiento, Steve confiesa el problema. El dinero que tenían para gastos casi se ha agotado. Sabemos que no es problema nuestro, pagamos buenos dólares por la excursión, pero el apuro de los jóvenes nos hace reflexionar. Hablamos de rascar nuestros bolsillos y pagar la diferencia antes que seguir de un sitio a otro hasta encontrar un precio imposible incluso en el desierto. Los dos mongoles se niegan. Finalmente encontramos un campamento de gers recién estrenado. No hay ducha. sí un sorprendente lavabo de agua rellenable en el mismo interior de la tienda que unido a la estridente decoración, absolutamente fuera de lugar, le da un desmesurado tono kitsch. Es temprano y decidimos hacer turismo por la ciudad. Con excusas más o menos creíbles, Steve nos hace desistir de cualquiera de nuestras propuestas. Finalmente y tras algo de debate, acabamos en el plan que él propone; un cibercafé. En un multiespacio que parece, además, oficina de correos y banco, hay media docena de ordenadores de la guerra de Cuba. Igual de algo más atrás. Mientras Steve es abducido por el Facebook, repasamos alternativamente las cuentas de correo por si hay algo urgente que podemos solucionar desde Dalanzadgad. Casi una hora después, en el exterior del local, cansados de esperar al mongol mientras somos el centro de atracción de los lugareños, convencemos al chófer para que lo haga salir y regresar al campamento. Otra noche de Red Label - comprado bajo mano en un supermercado, a pesar de ser miércoles, día de cobro en Dalanzadgad y por tanto día de prohibición de venta de alcohol - cierra nuestro periplo por el desierto. Curioso es el estudio de mercado que la gente de White Label hacen en estos momentos en el Gobi. Dos botellas vendidas en poco menos de tres días, visto el precio que se marcan, debe ser consecuencia de un fenómeno paranormal.      
Como no, es temprano cuando nos despedimos de nuestros compañeros de fatigas. Volamos a Ulan Bator sin incidencias donde nos espera Andy, simpática y parlanchina mongola de la misma compañía que Steve. Se encargará, junto con otro chófer, mucho más seco y misterioso que el anterior, de llevarnos al Terelj, el parque natural del norte del país y nuestra última etapa en Mongolia. Después de los días en el desierto, la sonrisa de Andy ilumina el vehículo. Esta vez sí, esta vez vamos en un cómodo todoterreno. Y hay además algo semejante a una carretera durante buena parte del recorrido. El paisaje cambia según nos dirigimos al norte. El parque no está lejos y decidimos desviarnos antes de llegar hasta el lugar donde otea el horizonte una desmesurada figura metálica del gran rey de los mongoles; Gengis Khan. Concebido para ser en un futuro un parque temático sobre la vida de los mongoles, parece que quedará tan solo en la escultura ecuestre. Ni los tiempos son para inversiones, ni el extremado clima de la zona permite convertir aquello en una zona de ocio más de un par de meses al año. La figura es impresionante y su pedestal es un complejo con restaurante tiendas y servicios. La cabeza del caballo es un mirador que permite una bellísima panorámica del valle. A nuestra espalda, Gengis Khan nos mira. No imagino que pensará de este trío que en sus rostros ya da muestras de fatiga. 
Acabada la visita, el chófer comenta algo con Andy que ella nos transmite. Debemos abonar la gasolina de la veintena de kilómetros que nos hemos desviado para esta visita. De mala gana lo hacemos. Creemos haber pagado lo suficiente a su jefe para que nos cubra este tipo de “caprichos”.
Ya en el valle que aloja el Parque Natural, nos desplazamos, al igual que hicimos con Steve, de un lugar a otro en busca de alojamiento. Pasamos varias horas de este modo sin conseguir acomodo en ninguno de ellos. Después de discusiones sin fin, acabamos por, de mala gana, claudicar. Pagaremos la diferencia del alojamiento a cambio de detenernos ya y poder aprovechar el día. El lugar es un campamento turístico infectado de japoneses. Nos alojamos en uno de los gers mientras Andy y el chófer lo hacen en otro. Decidimos salir a dar una vuelta por las suaves montañas de alrededor. Algo más de una hora de trekking por un paisaje espectacular y regreso al campamento. Queremos ducharnos pero ha habido un problema, entendemos que con la electricidad, y si la bomba no funciona, no hay agua. Dani propone aprovechar para comprar cervezas en el campamento vecino. No estoy con ánimo. Necesito algo de espacio y soledad. Lo entienden y, él y Pablo, emprenden camino. Me quedo a la puerta del ger con la lectura de la novela pendiente. Pocos minutos después aparece Andy. Me pregunta por mis amigos. Bromeo que han regresado a Ulan Bator. No lo toma bien. La noto preocupada. Me comenta que es peligroso alejarse. Alucino con sus palabras. Insiste en si van a tardar mucho. Le digo que no lo sé. Me dice que está aburrida. La miro y un pensamiento malicioso pasa por mi cabeza. No es muy guapa pero serviría. No tarda en puntualizar que es católica y que está estudiando para misionera. ¿Me habrá leído el pensamiento? Sigue muy pesada con la excursión de mis compañeros. Le digo que no se preocupe y que no tardarán en regresar para evitar que siga en sus trece.
Inquieta se marcha. Comienza a hacer bastante frío y enciendo la estufa del ger. Sigo con la lectura en el interior. Al poco entra el chófer. No habla ni palabra de otro idioma que no sea mongol. Por sus gruñidos tampoco parece que domine este. Se sienta en otro de los camastros de la tienda. Cierro el libro. Se acabó la lectura, la introspección, la soledad... Me observa. Intento hacerme entender. Es difícil. Le pregunto por su vida, si está casado. No sé que es lo que entiende cuando me señalo el anillo pero al intentar acercarme a mostrarle fotos de mi familia, se pone en pie con cara de pánico. Me da la sensación que piensa que quiero algo más íntimo y está a punto de salir despavorido. Regreso a mi sitio. Mi desesperación no es todavía tan grande. La no conversación continúa durante minutos que parecen horas. Intento la charla pero permanece indiferente. Me siento el John Dunbar de Bailando con Lobos en su primer encuentro con los sioux. ¡Qué impotencia! En ese instante entra Andy. Ignora al chófer y sigue con su cantinela. Allí estoy yo soportando a un mongol asustadizo y a una pesada muchacha que se aburren. Por suerte, mis compañeros regresan con un regalo en forma de cerveza. Enterados de lo sucedido en su ausencia se ríen de mis aspiraciones de tranquilidad. Andy sigue con su cantinela y a las mentes de Dani y Pablo viene la misma idea que ya rondó mi cabeza. Seguro que el propio chófer lo ha pensado al entrar en su ger. A la única que no se le ocurre es a ella. “Póker” dice con una sonrisa que comienza a ser detestable. Como si de un tahúr se tratara, saca un juego de naipes de su bolsillo y comienza a barajar. Pablo se niega a participar de la pantomima. Dani, divertido decide jugar. Yo les acompaño pero alguien tiene que explicarme de qué va el juego. Dos lecciones rápidas y estamos en marcha. Dos partidas más rápidas todavía y estoy fuera y sin un Tugrik. Suerte que no jugamos en serio. La señorita católica no lo permite. La partida acaba en un enfrentamiento Dani-Chófer que, si la memoria no me falla, acaba ganando el mongol. La noche ha caído y, ya sin compañía ajena, vivimos una nueva velada de charla. 

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