New Age mongol |
Venta ambulante / Venda ambulant |
Pidiendo en la calle / Demanant al carrer |
La espera del limpiabotas / L'espera de l'enllustrador |
De timadores y otras hierbas mongolas (II).
Es temprano cuando Andy nos
propone montar a caballo. Pensamos que ha reflexionado acerca de nuestros
pensamientos de la víspera pero no se refiere a eso. Habla de caballos y los míticos
jinetes mongoles. Le comentamos que montamos en el desierto y sorprendida nos dice
que está en su planificación y que debemos hacerlo. Más por no discutir que por
otra cosa, decidimos repetir experiencia. Creyéndonos expertos jinetes, abordamos
los caballos que un pequeño mongol ha puesto a nuestra disposición. Los
animales son más grandes que los del sur e iniciado el paseo comprobamos que no
es la única diferencia. Son de yeso. O lo parecen. No sé si temerosos de que
suframos un accidente o por cualquier otro motivo oculto, los caballos, tres
viejos ejemplares que resoplan de forma exagerada cada vez que la ladera se
empina, nos llevan al paso por medio valle. Sin el posible galope, el recorrido
resulta tedioso. Al finalizar éste, saboreamos dulces muy amargos y otros
derivados de la leche en la tienda de una familia mongol. Es el colofón turístico
a la excursión. Andy puede estar satisfecha de nuestra disciplina. Somos
magníficos clientes. Sin más nos apremia a regresar a Ulan Bator. Sorprendidos
le comentamos que teníamos contratada la estancia hasta después de comer y que todavía
son las diez. Sus órdenes son llevarnos al albergue y recoger a otro cliente en
menos de una hora. No lo podemos creer. Por no complicar más las cosas decidimos
regresar. Nos ofrece la posibilidad de seguir allí y que por la tarde un coche
venga a recogernos pero esto supone un nuevo suplemento monetario. Nos negamos.
El regreso es rápido hasta la llegada a Ulan Bator. También silencioso. Ni si
quiera Andy charla con el chófer como el día anterior. Sospechamos que algo ha
ocurrido – o no - durante la noche en su tienda, pero ya no nos importa lo más
mínimo. En la ciudad nos topamos con una retención que nos hace avanzar a paso
de tortuga. La carretera pasa junto al mercado negro, y la lentitud de la
caravana nos permite observar el funcionamiento de uno de los sitios más peligrosos
de la capital mongola. A primera vista no lo parece. Al menos de día. Un enorme
mercado al aire libre compuesto por contenedores situados uno al lado de otro
que hacen las funciones de locales comerciales y donde puede encontrarse de
todo, es su descripción. Hay miles de “latas”. Como miles de coches y decenas de miles de
personas. Es impresionante. Cada una de ellas tiene centenares de objetos más o
menos útiles expuestos en su exterior. Imagino que al finalizar el día, solo
hay que cerrar la lata y el lugar será similar al muelle de carga de un
importante puerto. Tal vez, un lugar tan abarrotado de gente y objetos, puede
ser el espacio ideal para un “Pickpocket” pero no parece probable otro tipo de
asalto. De todos modos, nos quedan pocass ganas de comprobarlo.
Poco después estamos ante el
albergue. Nos despedimos de una Andy cuya sonrisa ha pasado, en apenas
veinticuatro horas, de resplandeciente a detestable. Se marchan presurosos pero
parece que no van a llegar a tiempo a por el nuevo cliente.
Organizamos mochilas y
tomamos una ducha. Al día siguiente salimos en dirección a China y nos queda el
resto del día para seguir visitando la ciudad. Mientras estoy bajo el agua, llaman
a la puerta. Dani abre, y ante sus ojos, aparece de nuevo Andy. Oigo como charlan
en el exterior. Salgo. Nos comenta que el patrón de la chica pide más dinero
por no sé qué conceptos de los que hemos hecho uso. Nos miramos los tres
indignados. Comento que no me supone nada poner diez o doce euros más pero que
moralmente me parece que ha sobrepasado cualquier límite. Pablo y Dani se
muestran de acuerdo y así se lo transmitimos a una Andy que espera nerviosa en
el exterior. Le decimos que si su jefe tiene algún problema más le esperamos
allí mismo. De nuevo la sonrisa en su rostro. Esta vez nos parece sincera. Creo
que está feliz de que alguien le ponga las cosas claras al tirano.
Evidentemente, el patrón no aparece. La que regresa es ella. Todo está aclarado,
nos dice. Y tras despedirse de nuevo, pizpireta se marcha.
Tenemos el Museo
Paleontológico por ver ya que su horario no se adaptó a nuestro primer día en
la ciudad. Vamos con la ilusión de ver si supera lo visto en el Gobi. No es
así. Ni por asomo. Éste, sin ser nada del otro mundo, tiene salas interesantes.
Caminando por una de ellas escuchamos una voz familiar. No lo podemos creer. Nuestro
subconsciente nos esta jugando una mala pasada. No es así. En la sala
adyacente, Andy y su nuevo cliente visitan el museo. Divertida nos lo presenta.
Es un sonriente hindú que al paso que va, necesitará una tortilla de
paracetamol para acabar su día. Nos despedimos, está vez sí, definitivamente y
seguimos con nuestro periplo. Ya casi es hora de comer y decidimos darnos un
homenaje que, desde Ekaterimburgo, tenemos casi olvidado. Encontramos una
franquicia de Budweiser en la que sirven comida internacional. Elegante y llena
de miembros del gobierno y ejecutivos, nos parece el lugar perfecto para
camuflar lo vivido en días pasados. Todo va bien hasta el momento de decidir la
bebida. Pos supuesto, no queremos parecer insensibles y demandamos tres enormes
Bud’s. El camarero niega con la cabeza. No se sirve alcohol los viernes. Le
insistimos en que debe estar equivocado, es el miércoles el día que no hay
alcohol. Lo sabemos bien pues lo sufrimos – a medias – en Dalanzadgad. No,
insiste, en Ulan Bator es los viernes. Apelamos al sentido común. No hemos
cobrado, no hay peligro de que gastemos todo en alcohol y nuestras mujeres
deban prostituirse para alimentar a nuestros hijos, somos extranjeros y no
deberían aplicarnos leyes del país, el local, siendo una franquicia que
representa a una cerveza, debería presionar al gobierno, buena parte del cual
está allí mismo, para conseguir una bula… Es inútil, al poco tres grandes
Coca-Colas ocupan la mesa. Por si fuera poco, junto a nosotros, cuelga de la
pared un gran poster que muestra, por países, las marcas más populares de cerveza
del mundo. Toda una tortura. Salimos saciados pero con una pizca de
indignación. Decidimos tomar un café en una franquicia. “Silk Road Bar &
Grill” es un lugar agradable del que lo que más nos sorprende es el vino que
ofrecen; “Silk Road” es un caldo de unas conocidas bodegas alicantinas.
Dedicamos la tarde a las
compras en grandes almacenes. Es el primer lugar donde encontramos mayoría de
occidentales. Los viajes organizados tienen estos lugares como parada
obligatoria. Al poco estoy aburrido de ver camisetas, láminas, vasos, bolsos… me
dedico a vagar por las distintas plantas hasta que mis amigos finalizan su
compra. En el camino de regreso decidimos que ya está bien de Mongolia. Para la
noche, compraremos provisiones y cenaremos solos en la terraza de la
habitación. Con un clima fresco pero agradable, con algo de pollo, conservas y
cerveza – en los supermercados sí nos venden alcohol siempre que lo saquemos
camuflado – pasamos nuestra última noche en Ulan Bator. Los tópicos han caído.
No hemos sufrido ningún asalto y los intentos de timo han quedado en nada.
Estamos bastante curtidos para nuestra entrada en China. Al menos eso pensamos.
2 comentarios:
Veus, un viatge mal organitzat. El viatge tenia que estar organitzat en funcio dels dies que es pot beure cervesa :)
Així és, malgrat la mestria de l'Embalsamat.
Una mica de culpa també tenen els governs dels països - cóm no -. Res costaria confeccionar un document advertint d'eixe tipus de calamitats als viatgers despistats :)
Publicar un comentario