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lunes, 7 de noviembre de 2011

De la Plaza Roja a Tian'anmen (IX)

Nuevas generaciones en el Transiberiano / Noves generacions al Transsiberià
Encrucijada ferroviaria / Cruïlla ferroviaria

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Transiberiano II

El retorno de Stas y Alexei es toda una sorpresa. No hay comentarios acerca de donde han pasado el día pero la sensación es que vuelven con ganas de remontar ese uno a cero que les hemos endosado. Rápidamente se han posicionado en la camareta y esta noche sí, compartimos cena. La charla cada vez es más fluida, con menos palabras entendemos más. Después del banquete en el que no faltan los dulces comprados a una lugareña, decidimos pasar a la acción. Dani saca la botella de vodka comprada en Ekaterimburgo. Extrañamente la rechazan. Da la sensación de que bajo ningún supuesto quieren que se les vincule a este licor. Preguntamos si es una buena marca y se encogen de hombros sin aclarar nada. Les ofrecemos whisky. Preguntan si lo compramos en Moscú. Negamos, es de Madrid. Rápidamente sus vasos están a punto. También tenemos Coca-Cola caliente para ofrecer. Ellos sacan snacks del país y aquello se convierte en nuestro primer party ruso. Las botellas van cayendo y el licor acompaña a las cervezas de la cena en nuestros estómagos. En Novosibirsk descendemos el tren. Estamos en la mayor estación de trenes de la ruta y el lugar es digno de ver. Desgraciadamente el grado etílico es ya importante y las únicas fotos que tomamos son con nuestros compañeros de viaje. No hace falta mucho más para entrar en un grado de fraternidad de difícil superación. Compramos más cervezas en la estación y unas botellas de una especie de zumo de frutas fermentado que produce ocho o nueve grados de alcohol. Ya son horas avanzadas de la madrugada, aunque el cielo no acabe de ennegrecer, cuando regresamos a la camareta. La velada sigue. Stas, que se ha acercado un instante a charlar con los otros miembros del equipo regresa con malas noticias. El Dínamo le acaba de endosar un cero a dos al Spartak en su campo. Desconsolado llora sobre el hombro de un perplejo Pablo. Insiste una y otra vez en su desgracia. Nosotros quitamos importancia al hecho pero no dejamos de sentir la gravedad del asunto. Con la intención de desdramatizar, Alexei pone música de Lady Gaga en su teléfono móvil. Para aumentar su volumen lo introduce dentro de uno de los vasos de plástico vacios. La camareta número cuatro se convierte en la discoteca del vagón. Tanto es así, que, estando yo en el pasillo, atendiendo una llamada de casa, uno de los vecinos franceses sale con el gesto de Napoleón tras Waterloo y pide un poco de silencio. Le hago un gesto con la mano y regreso al habitáculo con la intención de frenar lo imparable. La noche sigue el mismo guión que hasta el momento. Risas, canciones, música y alcohol son el menú único de la velada. En un momento dado intentamos resolver una curiosidad, ¿por qué hay tan pocas barbas en Rusia? “No nos gustan” nos dicen. Ante nuestra mirada de interrogación añaden “Afganistán” y las miradas se vuelven hacia Dani y su mentón hirsuto. Risas y gritos de “Bin Laden, Bin Laden” mientras señalan a nuestro amigo. No sé que hora es cuando decidimos retirarnos. Stas, más que tocado, hundido, sube a su litera y se desnuda desperdigando monedas y billetes por doquier. Lo recogemos cuidadosamente y se lo dejamos cerca de su ropa. Él ya sueña con la próxima vendetta del Spartak en la casa del Dinamo.
No está muy avanzada la mañana cuando comenzamos a desperezarnos. Estamos vivos. Al menos el contingente hispano. Me acerco a Stas que abre un vidrioso ojo veteado de venas rojas y pronuncia un clarificador “Aspirin”. Todo en orden. El día se prevé muy parecido al anterior. Paseos por el tren, visitas a Olga y los suyos con charlas que siempre quedan interrumpidas. Contacto con otros pasajeros, como una jovencísima y delicada israelí que viaja sola, y tan solo busca gente que realice su misma ruta para sentirse acompañada. O un trío de suecos jóvenes, altos y muy pagados de si mismos que dedican sus días en exclusiva a la actividad que ocupa las noches de la coalición hispano-rusa. El monótono paisaje lleva a pensar que el tren realiza un trayecto circular y no cambiaremos de región por mucho que pasen las horas. Extensas planicies de escasa vegetación quedan salpicados puntualmente por bosques de delgadas coníferas. Algunas carreteras rurales poco transitadas, y pueblos de casas de madera en los que raquíticos huertos alzan acta de la dureza de la vida por estos paramos, ayudan a convencernos de que se trata de un lugar del mundo donde vive gente. Camionetas, conducidas por hombres rudos con vestimenta de camuflaje y gorras de visera, completan una visión del lugar que recuerda, estéticamente, esos paisajes rurales de la América profunda que algunas películas me han mostrado últimamente. No hay mucha diferencia entre lo que aquí veo y lo que recrean films como “Frozen River” o “Winter’s Bone”. Si lo pienso detenidamente, muy poco ha de diferenciar el paisaje y la forma de vida de esta Siberia que ahora recorremos, de la de aquella zona de latitudes semejantes.
Stas y Alexei han vuelto a desaparecer. Aunque ahora ya sabemos que se refugian a “lamer sus heridas” en las camaretas que ocupan sus compañeros de equipo. Nosotros seguimos con nuestro ritmo cotidiano de vida y como noche especial que es – mañana a primera hora desembarcamos en Irkutsk – decidimos cerrarla en el vagón restaurante. Convencidos y satisfechos de nuestra decisión nos dirigimos allá. De camino encontramos a mamá gallina con sus polluelos. Olga y su troupe regresan de cenar. Nos cruzamos en el estrecho pasillo. Su cara de satisfacción indica que la cena va a ser tan pantagruélica como nuestra provisión de rublos permita. Craso error. A la llegada al restaurante encontramos con que éste ya está cerrado. Protestamos y mostramos los relojes. No nos queda más remedio que admitir que, si bien durante la mañana hemos avanzado una hora las manecillas, el recorrido hecho desde entonces ha provocado que desde hace pocos kilómetros el reloj deba avanzar otra fracción horaria. Regresamos cabizbajos al habitáculo por la oportunidad perdida. Además, no habíamos caído en que nuestras provisiones están bajo mínimos y no nos queda apenas pan. Propongo acercarme hasta el vagón de Olga y pedirles ayuda. Dani se muestra conforme mientras Pablo nos mira con cara rara. No parece gustarle mucho esto de “mendigar” comida. Al final por mayoría simple nos decidimos. Caminamos hasta Olga y su grupo y les contamos a grandes rasgos lo sucedido. Su solidaridad es total. En pocos minutos tenemos las manos llenas de todo tipo de comida. Incluso la antipática de Ohio se muestra generosa. Pablo, avergonzado, no hace sino pedirnos que dejemos de recoger viandas. Pero Dani y yo estamos desatados. No podemos parar de reír mientras agradecemos de forma políglota el donativo. Diez minutos después estamos en nuestra casa de nuevo. No caben las provisiones en la mesa y la frugal cena a la que nos veíamos abocados, se convierte en una opípara comilona. Todo lo opípara que puede ser en tales circunstancias, claro. Como colofón a la fiesta, más o menos en la hora de las brujas siberianas, Stas y Alexei hacen de nuevo su aparición dispuestos – en vano – a sacarse la espina de la noche anterior.

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